Inicios de la Reconquista en el Este
En 1808, en el suroeste del país operaban ya, con apoyo haitiano, los cabecillas Ciriaco Ramírez y Cristóbal Uber Franco, respaldados por el gobernador de Puerto Rico, general Toribio Montes. Sánchez Ramírez aprovechó la ocasión de una nave española surta en Samaná para escribir, el 17 de septiembre de ese año, al gobernador Montes. El 28 del mismo mes llegaba a la costa de Macao, procedente de Puerto Rico, la goleta española “Monserrate” con la noticia de que pronto llegarían los auxilios solicitados a Montes por Sánchez Ramírez.
Con este aliento redobló el caudillo sus diligencias al tiempo que el gobernador francés Ferrand, al tanto de los acontecimientos, se disponía a sofocar la inminente rebelión. Ganadas una a una para la causa de la Reconquista las autoridades criollas que estaban al servicio de Francia en la región oriental, le fue fácil a Sánchez Ramírez tomar posesión de la villa del Seibo el 26 de octubre.
Mientras afianzaba rápidamente sus posiciones, el 29 llegaban a la cercana boca del río Yuma (Boca de Yuma) los auxilios enviados por el gobernador Montes desde Puerto Rico. El propio Sánchez Ramírez montó a caballo y se dirigió a aquel puerto a recibirlos. Los elementos bélicos habían sido embarcados en un bergantín, una goleta y dos lanchas cañonera y consistían en cuatrocientos fusiles con sus bayonetas, doscientos sables, las municiones correspondientes. Además, llegaron doscientos hombres voluntarios, la mayor parte emigrados. El bergantín y la goleta, que respectivamente se llamaban “Federico” y “Render”, debían regresar a Puerto Rico cargados de caoba.
En ese momento se recibió la noticia de que Ferrand se dirigía personalmente hacia el Seibo con una fuerza respetable, decidido a dominar la revuelta. El momento era grave para los revolucionarios. Urgía hacer de Samaná un bastión de la Reconquista porque sin la posesión de esta plaza fuerte portuaria podía fracasar la empresa. Entonces Sánchez Ramírez aprovechó la presencia de barcos de guerra ingleses en costas dominicanas y se comunicó con el comandante Dashwood, de la fragata La Franchise. Este aceptó hacerse cargo de atacar la guarnición francesa de Samaná, para lo cual le aseguró el caudillo criollo que podía contar con la cooperación del comandante de armas de Sabana de la Mar, Diego de Lira, ya comprometido para la causa hispanista.
De los desembarcados en Boca de Yuma, procedentes de Puerto Rico, el único verdadero militar que se quedó en tierra dominicana para hacer la campaña fue el teniente de milicias Francisco Díaz. Se incorporó al contingente de Sánchez Ramírez en calidad de paisano voluntario. Por ser de los pocos que entre los reconquistadores tenían conocimiento de las tácticas guerreras, Sánchez Ramírez le encomendó dirigir el traslado del armamento y bagaje al Seibo. Luego lo encargó de organizar la gente reunida, del alistamiento de las armas y de la elección de la posición que fuera más ventajosa para esperar al enemigo que se acercaba. Después de un estudio de toda la zona, Díaz escogió el paraje de Magarín.
El 3 de noviembre en la madrugada estaba el caudillo dominicano a la cabeza de sus huestes en Higüey organizando compañías y distribuyendo armas y municiones. Bien temprano se reunieron las tropas frente al santuario de Nuestra Señora de la Altagracia y oyeron misa. Al término de la ceremonia se recibió la noticia de que los franceses estaban muy cerca del Seibo por lo que Sánchez Ramírez dio la orden de emprender la marcha hacia el Oeste, al encuentro del enemigo.
El día 5 le amaneció en el Seibo. Aquí continuó organizando su improvisado ejército e incorporando al mismo a los voluntarios que llegaban. El acondicionamiento y distribución de armas y pertrechos estaba a cargo del teniente Díaz. Ya en la noche llegó a manos de Sánchez Ramírez “una terrible intimación del general francés Ferrand”, en la que le anunciaba que entraría arrolladoramente en el Seibo el 7.
A la intimación de Ferrand contestó Sánchez Ramírez haciéndole saber, por la vía del parlamento, que estaba dispuesto a medir sus fuerzas con las francesas. Al general napoleónico le sonó aquello como una fanfarronada y no pudo menos que sonreír. Seguro de su armamento y de la superioridad táctica de sus hombres, ya se veía venciendo fácilmente a los criollos, impreparados y mal armados. No hizo caso de las advertencias que indicaban que los guerreros encabezados por Sánchez Ramírez no eran para menospreciarse, sobre todo por su hábil manejo del arma blanca, y alegremente se dispuso a darles la batalla.
Batalla de Palo Hincado
El día 6 de noviembre avanzó el jefe dominicano hasta Magarín y le pareció que el sitio no había sido bien escogido por el teniente Francisco Díaz. Además, un recio temporal le dañaba las pocas armas de fuego y municiones de que disponía. Apreciando que el paraje de Palo Hincado, a media legua al oeste de la población del Seibo, reunía mejores condiciones, llevó allí su gente y dictó sus órdenes para esperar a pie firme al enemigo.
No confiando momentáneamente en Díaz, resolvió tomar él solo todas las disposiciones en la noche del 6, víspera de la fecha anunciada por Ferrand para su entrada en el Seibo. La lluvia no cesaba, con todas sus adversas consecuencias. En la madrugada del 7 les escampó en el hato de la Candelaria y Sánchez Ramírez hizo secar al fuego los fusiles, amunicionar la tropa y proveer de lanzas a los de a caballo, presto a combatir “el furor y la rabia de los Napoleones que infestaban la Primada de las Indias por la infamia de un español desnaturalizado”.
Los reconquistadores llegaron a Palo Hincado entre las nueve y las diez de la mañana. El brigadier puso a Francisco Díaz en una posición de confianza en lo más alto del terreno, al frente de los casi trescientos combatientes que portaban fusiles. En el mismo lugar se instaló Sánchez Ramírez con su estado mayor, impartiendo órdenes para distribuir convenientemente sus tropas.
Entre muchas otras disposiciones tomó la de ordenar al puertorriqueño José de la Rosa emboscarse con treinta fusileros a retaguardia del enemigo para distraerle la atención después que rompiese el fuego en el frente. De la Rosa había sido uno de los llegados a Boca de Yuma el 29 de octubre, procedentes de Puerto Rico.
Situado en el centro de su ejército, en la eminencia mencionada, el brigadier colocó a su derecha a Manuel Carvajal y a su izquierda a Pedro Vásquez. Miguel Febles le servía de ayudante mayor.
"Pena de la vida al que volviere la cara atras, pena de la vida al tambor que tocare retirada, y pena de la vida al oficial que lo mandare aunque sea yo mismo"
Juan Sánchez Ramírez
Desde aquel lugar arengó a la tropa. Le advirtió que la acción iba a ser decisiva, puesto que viniendo al frente de la expedición enemiga el propio gobernador, con lo más granado de las fuerzas de que disponía, su derrota significaría el triunfo de la campaña. Recomendó asaltar al arma blanca después de la primera descarga, para evitar el efecto de la mejor fusilería y táctica de los franceses. Terminó la arenga anunciando que aplicaría la pena de muerte al soldado que volviera atrás la cara; al tambor que tocara retirada y al oficial que la ordenara, aunque fuera él mismo. En esta forma obligó a todos, incluso él, a pensar que era mejor morir peleando que deshonrosamente fusilado. Su exclamación final fue un viva a Fernando VII, el príncipe que en aquellos momentos personificaba las mejores esperanzas españolas.
A la arenga del caudillo siguieron tensos momentos de silencio y atención. Los franceses avanzaron y rompieron el fuego cerca del medio día. Una caballería gala se avalanzó para cortar la izquierda hispano-criolla. Los jinetes dirigidos por el capitán Antonio Sosa no perdieron tiempo y corrieron al encuentro de ella, obligando a los atacantes a tirar de las bridas. Este primer choque cuerpo a cuerpo fue sangriento. Sánchez Ramírez impartió a la caballería de su ala derecha, encabezada por el capitán Vicente Mercedes, la orden de avanzar, operación que se ejecutó con gran rapidez, arrollando al enemigo. Diez minutos de pelea bastaron para que el campo quedara cubierto de cadáveres franceses.
La táctica de los hispanos-criollos consistió, como lo consigna el Diario de Sánchez Ramírez, en convertir rápidamente el duelo a balazos a distancia en combate cuerpo a cuerpo, en que eran duchos los aguerridos dominicanos. La ejecutaron con tal presteza y osadía que de la parte de ellos sólo hubo siete muertos. Entre éstos, significativamente, los jefes de los dos cuerpos de caballería, los capitanes Antonio Sosa y Vicente Mercedes.
Viendo deshechos sus batallones, el general Ferrando dispuso el retorno precipitado a Santo Domingo con un grupo de oficiales supervivientes. Los persiguió un escuadrón capitaneado por el coronel Pedro Santana, padre del homónimo futuro caudillo de la República. Los fugitivos ganaron distancia al aventurarse a cruzar un torrente que no se arriesgaron a salvar los perseguidores, lo que les permitió detenerse a descansar en la cañada de Guaiquía. En este paraje el infeliz Ferrand, dominado por el abatimiento, se quitó la vida de un pistoletazo en la cabeza.
En esta forma se libró la célebre batalla de Palo Hincado el 7 de noviembre de 1808. Fue "el tercero de los grandes acontecimientos bélicos en que cobró fuerza triunfante la secular voluntad dominicana de seguir hablando en español. Los anteriores habían sido la victoria sobre los ingleses en 1655 y la batalla de la Sabana Real el 21 de enero de 1691".
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